Eso fue exactamente lo que me ocurrió una tarde. Una música que de repente invadió la habitación donde me encontraba lo trajo de repente hacia a mí, como si hubiera sido ayer lo que sucedió.
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Caminábamos apresurados, todavía faltaban tres cuadras, sabíamos que no podíamos llegar un minuto tarde por que don Raúl era muy estricto con el horario, y algunas veces cuando llegábamos tarde y ya había comenzado la función no nos dejaba ingresar a la sala.
- Te das cuenta – protestaba mi amigo- siempre sos el mismo impuntual. Don Raúl nos dijo a las 17 en punto, ya es la hora y nos quedan estas cuadras todavía.
- Pero como si no conocieras a mi vieja- le decía compungido - sacarle el permiso es como sacarle un millón de pesos...
- Bueno vos también, no se te ocurre una mentira, algo...
- Qué sé yo, no podía mentirle, acordate que mañana tenemos que venir otra vez, y ahí sí voy usar una mentirita. Mejor corramos, dale...
A pesar de nuestras discusiones habituales mi amigo y yo nos queríamos entrañablemente, y compartíamos además del fútbol, el colegio y las travesuras, la misma pasión: el cine.
Yo sabía perfectamente que nunca entraría a la sala sin él y él a pesar de sus protestas y reproches jamás lo haría sin mí.
Siempre llegábamos casi sobre la hora, cuando la función no había comenzado todavía, y generalmente había una pequeña fila en la boletería sacando sus entradas. Nos colocábamos en ella y yo me asomaba para que don Raúl me viera y como siempre meneara su cabeza, me guiñara un ojo y me realizara su gesto de aprobación subiendo sus dedos pulgares.
Eso significaba que lo que íbamos a ver era bueno. Igual no nos importaba mucho la calidad del argumento. Sólo nos interesaba ese ritual, esa ceremonia de ingresar a la enorme sala con butacas de terciopelo, alfombras de ensueño y una pantalla que nos traía fantasías, tristezas, alegrías, emociones y hasta desilusiones.
- Hoy te toca pagar la entrada a vos, me decía mi amigo.
- Si, ya sé nene, a vos no se te escapa nada eh, le respondía haciéndome el ofendido.
- Yo compré los chocolates, y pago la gaseosa después.
- Bueno así está mejor. Y sonreía porque sabía que al día siguiente el rol se invertiría y como sería jueves de estreno, era a él al que le iba tocar pagar más.
Nuestro cine, como lo llamábamos nosotros, era el cine de barrio, no se veían los últimos estrenos siempre y a veces la calidad de lo que se proyectaba no era la mejor, pero lo fantástico no residía en eso, sino en otra cosa en la magia de zambullirte en esa gigante y fantástica pantalla... nada más.
Excepto los lunes día que don Raúl cerraba por franco, casi todos los días íbamos al cine.
Recuerdo como si fuera hoy, tan nítidamente aquel domingo, que creo cambió nuestras vidas para siempre.
Esa noche don Raúl no nos había dejado pasar, porque la película era prohibida para menores. Me enojé mucho con él, pero no me resigné.
Nos quedamos sentados en la vereda con la espalda pegada a los enormes vidrios de la sala y haciendo garabatos en el piso con ramitas de paraíso.
La función había comenzado. Entonces aprovechando que no había nadie, ni siquiera el volantero Don Coquito. Me levanté, ingresé al palier desierto, en puntillas y conteniendo el aliento fui acercándome a la cortina que se imponía entre la realidad y la fantasía.
Deslicé lentamente mis dedos entre ella y poco a poco la fui descorriendo, mi cara fue acercándose cada vez más, cada vez más hasta que por una rendija pude verla.
Escultural, con el cabello negro, sus ojos grandes y sus dientes perlados... era hermosa, era Isabel...La Coca Sarli, como le decían los muchachos del barcito.
De repente el ardor de una de mis orejas me sacó de ese ensueño, era la mano de Don Raúl que lo producía.Y que me arrastró nuevamente hacia fuera.
- Sos cabeza dura vos, te dije que no podías ver esa película, protestaba el viejo.
- Pero... pero don Raúl no se enoje, y restregándome la oreja le dije, usted es un represor, un... un... censurador....
No sé porque exactamente dije lo que dije, quizás porque a escondidas, muchas veces había escuchado a mi tía y a sus compañeros de la Facultad cuando hablaban de los que dirigían nuestro país. Y entonces más de una vez había oído un insulto hacia ellos.
Por eso yo pensaba que si le decía a alguien esas palabras iban a resultarle ofensivas.
Entonces fue cuando la cara de don Raúl se transformó de tal manera que hubiese preferido que me tragara la tierra.
- ¿Ah sí?- parecía que Don Raúl iba a estallar de bronca - y vos mocoso, a ver, ¿de dónde sacaste eso?, ¿quién te enseña esas cosas a vos eh?.
A medida que avanzaba hacia nosotros, Cristian y yo retrocedíamos sobre nuestros pasos, y bajo ningún punto de vista estaba dispuesto a decirle de dónde había oído esas expresiones. No sé si era un acto inconsciente o si realmente quería ocultarlo de verdad.
- Así que vos pensás que soy un censurador, un represor, me dijo conteniendo la bronca que le habían dado mis palabras y retomando el aliento continuó- miren, si después de "este mal entendido" quieren seguir viniendo a este cine y quieren que sigamos siendo amigos , realmente amigos, los espero mañana a las 17 hs acá, y sean puntuales. Vamos a tener una función especial nosotros tres. Y ojo, a no decirle nada a nadie ¿eh?, se me vienen calladitos la boca. Nada de decir que vienen acá.
- Pero don Raúl, mañana es lunes, dijo mi amigo, y los lunes está cerrado el cine...
- Por eso mismo- sentenció, dio media vuelta y se marchó.
Nos quedamos tan sorprendidos que no atinamos a nada, era la primera vez que estaríamos en "nuestro cine" nosotros dos solos. Era fabuloso. Y no sabríamos explicarlo con exactitud, pero a ninguno de los se nos ocurrió en casa abrir la boca sobre lo acontecido.
Por supuesto, al día siguiente estábamos ahí. Llegamos exhaustos después de haber corrido esas cuadras de la avenida, producto de mi demora.
El cine estaba cerrado totalmente. Era extraño verlo así. De repente se abrió unas de las puertas de vidrio y don Raúl se asomó, miró hacia un lado, hacia otro, se cercioró de que nadie nos viera y luego nos dijo en tono muy bajo:
- Pasen, pasen, ingresen a la sala y pónganse cómodos.- Volvió a mirar para ambos lados y cerró. Obviamente nosotros no cabíamos en nuestros cuerpos.
Pero cuando ingresamos a la sala algo raro nos sorprendió. La enorme pantalla no estaba desplegada y dejaba ver el desnudo escenario, usado pocas veces para alguna función teatral de las damas de caridad. Sobre el mismo había tres sillas, enfrente de ellas, una mínima pantallita con un proyector pequeño apuntándola.
Don Raúl pidió que nos sentáramos, apagó toda la sala y vino rápidamente a sentarse al lado nuestro. La verdad eso no era lo esperado, pero en fin no dijimos una palabra.
No sé si desde nuestros trece años, ese día éramos consientes de lo que iríamos a ver, lo que sí sé es que marcó y cambió nuestras vidas para siempre.
Don Raúl nos había proyectado, algo increíble. Nos había proyectado imágenes que venían de otros países , pero esas imágenes estaban filmadas aquí, en Argentina, y nos mostraban que algo no andaba bien y que estaban sucediendo cosas terribles en nuestro país.
Imágenes de abuelas, madres, hermanas, pidiendo por sus familiares desaparecidos. Imágenes de cientos de periodistas extranjeros que investigaban lo que hacía el gobierno en la Argentina. Imágenes de unas señores que venían del exterior representando los Derechos Humanos.
¿Por qué las maestras nunca nos habían hablado de ello en el colegio?, ¿Por qué decían que el Mundial era una pantalla para tapar secuestros y torturas de personas?, ¿qué estaba pasando?
Todavía resonaban en mi cabeza los cantos festivos y los gritos de goles de ese evento pasado que nos había consagrado ¿Campeones del mundo?, habíamos ido a la cancha Cristian, su papá y yo, habíamos festejado.... Y todo era una absurda mentira...
Y de repente el mundo, ese mundo, se me vino abajo... y entonces comprendí las reuniones de mi tía y sus compañeros de la facultad, los temores de mis abuelos, el llanto a escondidas de mi madre, las puteadas, la bronca, la impotencia en sus puños cerrados.
- POR FAVOR AYÚDENNOS, SON NUESTRA ÚNICA SALVACIÓN, NO SABEMOS SI ESTÁN VIVOS, SI ESTÁN MUERTOS O QUÉ….
Terminaban de resonar en la pantalla las palabras de una señora desesperada con un pañuelo blanco amarrado a su cabeza, mientras era filmada por las cámaras europeas…
Al finalizar la función, ni mi amigo ni yo atinamos a mirarnos. Sólo nos tomamos de la mano bien fuerte.
Entonces, instantáneamente nos abrazamos llorando a Don Raúl, que desde su lugar nos había mostrado no sólo un mundo de fantasías sino también un mundo de realidades.
Ese día, nos quedamos charlando de tantas cosas, hubo confesiones, secretos compartidos, debates. Tanto dijimos y planeamos que sin darnos cuenta se nos hizo muy tarde.
Por supuesto que al despedirnos nos hizo jurar lealtad eterna, y pusimos una mano sobre la otra a manera de “Los tres mosqueteros” para sellar el pacto de silencio sobre lo que acabábamos de ver y charlar.
Ese día los dos llegamos tan tarde a nuestras casas, que nuestras madres, como si se hubieran puesto de acuerdo, a manera de castigo nos sacaron la salida al cine por una semana.
Y esos días fueron tremendos, la espera interminable.
Obviamente que cuando terminó el castigo impuesto, Cristian y yo corrimos hasta la sala.
Lo que encontramos en ese momento paralizó nuestros corazones.
Al llegar las puertas del cine estaban cerradas y además empapeladas con diarios del lado de adentro. Comenzamos a recorrerlas una a una con la mirada, y entonces fue ahí cuando nos chocamos con la realidad.
De una de ellas colgaba un cartel que decía: “Cerrado por reparaciones y reemplazo de personal.” Nuestra confusión fue terrible... tratamos de pedir explicaciones yendo todos los días al cine y siempre nos encontrábamos con lo mismo: cerrado. Tratamos también de encontrar el paradero de don Raúl, porque ese era su hogar, él vivía allí, de saber en vano qué pasó.
Hasta que finalmente un día escuchamos que el cine funcionaría de nuevo.
Un auto con parlantes anunciaba en voz neutra. “Queridos vecinos reabre sus puertas nuestro querido cine barrial, totalmente renovado, hoy función 20:00 hs”.
Corrimos desbocados por la calle hasta llegar al lugar, una fila de gente, de casi dos cuadras rebalsaba la vereda, pero eso no nos importaba. Lo que nos interesaba era llegar hasta la puerta y verlo a él.
Al acercarnos a ella, nos encontramos con don Coquito el volantero que nos frenó en la puerta
- Don Coquito- pregunté desesperado-¿Y Raúl?
- Shhhhhh- murmuró Don Coquito- hace una semana atrás vinieron unos tipos, parecían de la policía y se lo llevaron- nos dijo observando para ambos lados- después yo ya no lo vi, y hoy que pensaba encontrarlo hay otro muchacho en su lugar.
- Pero...¿por qué se lo llevaron?, ¿Qué paso?- él era un hombre honesto- dije entre sollozos- comprendiendo el destino de Don Raúl.
-Mmmmm, no sé m’hijo, en algo raro andaría, yo sigo acá, con mi puestito- dijo sonriendo y acariciando su barriga- y hasta ahora, yo de mi trabajito a casa y de casa a mi trabajito y a mí no me ha venido a llevar nadie. Ahora vayan, hagan la fila y basta con eso de Don Raúl, ya aparecerá, ese viejo loco- y dándonos una palmada en la cabeza a cada uno nos despidió del lugar. Entonces fue ese instante en el que comprendí que realmente desde lo niños que éramos no podríamos hacer nada hasta que todo esto terminara. Que no lo volveríamos a ver y que jamás sabríamos lo que le ocurrió.
De repente mi pecho se llenó de dolor e impotencia y cómo esas abuelas, madres, hermanas, que pedían por los suyos y a las que nadie aquí escuchaba. A manera de tributo a ese hombre que nos había mostrado tanto, grité en la calle con todas mis fuerzas, para que todo ese mar de gente me oyera:
- AYÚDENME, POR FAVOR, AYÚDENME...¡¡¡¡DON RAÚL DESAPARECIÓ!!!!, ¡¡ DON RAÚL DESAPARECIÓ!!!!, ¡LO DESAPARECIÓ EL GOBIERNO!
Y caí llorando de rodillas en el suelo. La multitud me miraba azorada, hasta molesta por semejante atrevimiento de un mocoso que no entendía nada. Sentí la mano de mi amigo sobre mi brazo, tratando de levantarme del asfalto y vi su rostro sombrío, cubierto por las lágrimas.
Fue el momento en el que comprendí que esto todavía continuaría, y sólo a los que sufrían les importaba realmente nuestra Argentina. Fue en ese instante cuando entendí que habíamos crecido de repente y que ya nada volvería a ser como antes.
Nuestro mundo, el mundo de fantasías y aventuras se lo habían llevado como a tantos, como a los 30.000 que ya no están, como a nuestro querido y recordado Don Raúl.
Eterno Resplandor.
Cuento realista para adolescentes entre 13 y 17 años. Puede ser trabajado en el marco de la fecha 24 de marzo por La Memoria y la identidad, en los espacios curriculares: Lengua y Literatura, Sociología, Historia, Construcción de la Ciudadanía y Filosofía.
Sin palabras.... buenisimo, hacia tiempo no leia un cuento tan bueno.
ResponderEliminarUna manera muy acertada de enseñar la gran mentira del "Proceso de Reorganización Nacional", como lo llamaban en ese entonces, para no decir "Dictadura militar" o quizas "Guerra Sucia por pensar" como decia mi abuelo.
fabi, la verdad que me gusto un montón, espero leer otros.
besos y cuidate!!!
Román Arrieta